#OPINIÓN: LA ÉTICA DEL SILENCIO

Hoy compartimos un artículo de nuestra gran colaboradora Gloria Mª Tomás...es difícil expresar en tan poco espacio tanto de cierto; merece la pena que te pares a leerlo. Que nos paremos...esto es!

LA ÉTICA DEL SILENCIO
Nuestro tiempo se ufana de ser el de la vida intensa, y esa vida intensa no es sino una vida agitada; velocidad, eficiencia,  eficacia, cantidad. Hay un sinfín de objetos que, para correr más, invaden nuestra intimidad -móvil, Ipod, portátil, coche…- y  pontifican nuestra vida social, de tal modo que, como canta  Amaral ¡sin ti, no soy nada...!
Se nos ha olvidado que los grandes gozos no se saborean corriendo, aunque quizás podamos asimilarlos,  y que en la vida hay un plus, un algo que el hombre anhela y del que nunca se cansa: lo inefable.
Se ha escrito que lo peligroso de las balas no es el trozo de plomo de que constan, sino su velocidad. Por analogía, lo malo  de nuestra civilización no es la técnica, ni siquiera la masificación, sino su prisa, que desdibuja el  silencio creador propio de la dignidad  de la  existencia humana. Apuesto por  recuperar los ratos de la buena soledad.
Soledad no es fuga del mundo o misantropía, como tampoco callar significa estar mudo. Necesitamos de los demás y de las cosas, pero no debemos correr siempre tras ellos como un rebaño. Soledad y comunicación se implican tan profundamente como callar y hablar; inspirar y expirar.  Pero para comunicar hay que aislarse  con alguna frecuencia, y preguntarnos por el sentido de las cosas una y otra vez con el fin de caminar personalmente  el misterioso acontecer del vivir.
La ética del silencio,  inspiradora de nuestro comportamiento en tanto “deber ser”  y “ser plenamente”  ha de ir respondiéndonos a  preguntas cruciales  ¿Qué es la vida? ¿Qué es mi vida? ¿Qué va a ser de mí? ¿Y los demás? ¿Y mi amor? ¿Y mis proyectos? ¿Y mis dolores? ¿Dónde estás felicidad…? Surgen así parámetros no negociables que abren caminos a todas las cuestiones significativas a la que estamos convocadas y a la que anhelamos.
Los buenos silencios interiores nos enseñan de una vez por todas que las carencias, personales o de los otros que, como mínimo parece que nos molestan pero constituyen el vivir. Si, cuando de algo se carece, o no se ha descubierto, o se ha perdido, ahí está  -o puede estarlo, o debe hacerlo- el otro.
La vida no vuelve, por eso se entienden las prisas y las urgencias; también hay que recordar que, a diferencia de lo que le ocurre en el animal, el hombre no sabe por instinto lo que debe hacer necesariamente. Nunca somos ni seremos una exclusiva materia de nuestros cálculos; dentro de las limitaciones humanas, y fuera de las complejidades familiares, sociales y políticas, cada persona tiene delante de sí la posibilidad  de realizar  la síntesis vital de su existir, trazando por un camino amplio y estrecho a la vez la ruta de su felicidad.

La ética del silencio, de la reflexión,  está para recuperar lo que nos habita dentro, para escuchar la vida que está fuera. “El silencio está en todas partes/ y persigue con su prestigio intacto/ su porvenir inédito”, expresa San Juan de la Cruz.

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