LA MUJER Y LA TECNOMATERNIDAD
La escritora y política italiana Eugenia Roccella ha
militado desde joven en favor de los derechos de la mujer. Hoy advierte cómo se
ha pasado de las reivindicaciones feministas a la tecnomaternidad, la ideología
de género y la negación de la diferencia sexual. Publicamos un extracto de un
artículo suyo (1).
El feminismo ha producido reflexiones y elaboraciones
interesantes y ricos estímulos culturales. Pero a pesar de la centralidad de lo
materno en estas reflexiones, la consecuencia han sido leyes que fundan y
difunden los llamados “derechos reproductivos” (aborto, anticoncepción de
cualquier tipo), leyes que han herido a la maternidad, y un lenguaje de los
derechos que ha invadido los foros internacionales, los documentos y
resoluciones de la ONU y de la Unión Europea. En la opinión pública femenina
circula la idea de que la manipulación de la fecundación y el nacimiento, la
llamado tecnomaternidad, es algo que está “a favor de las mujeres”,
y también esto se convierte en un asunto de derechos: el derecho al hijo,
incluso a través de los gametos ajenos a la pareja, y el derecho al hijo sano,
seleccionado mediante el diagnóstico preimplantatorio.
Los derechos de las mujeres (…) en los documentos
internacionales han sido aplastados por el aborto y la anticoncepción, hasta
eclipsar todo lo demás. Esta estrategia ha producido efectos paradójicos, como
la afirmación de los derechos reproductivos en los países donde las mujeres no
gozan de ninguna libertad. O donde (como en China y la India) el aborto sirve
para eliminar a las niñas, favoreciendo el nacimiento del hijo varón. El método
anticonceptivo más frecuente en el mundo es la esterilización femenina, al que
han sido empujadas mujeres extremadamente pobres, para las que un pequeño
incentivo era motivación suficiente para someterse a la operación. A menudo
(véase la Conferencia de El Cairo de 1994 y luego en Pekín en 1995) se utilizó
el feminismo como cobertura ideológica de las políticas neomalthusianas, con
las que se ha podido financiar y poner en marcha grandes programas de control
de la natalidad, especialmente en países del Tercer Mundo. (…)
La concepción de la maternidad como pura biología
permite reducirla tranquilamente a un artificio de laboratorio
El cuerpo como objeto
Pero junto a la idea de igualdad y emancipación, ya
desde los años ochenta ha surgido una nueva teoría, la teoría de género. (…) El
género es una construcción cultural y social, que no se corresponde
necesariamente con el sexo; de esta manera la diferencia sexual se ahoga en el
mar de las “diferencias” en plural. En el ámbito jurídico arraiga cada vez más
la categoría de la discriminación: las diferencias no deben ser motivo de
tratamientos distintos, que apresuradamente son descalificados como
discriminatorios. En realidad, así se termina por proteger solo a los grupos
corporativamente fuertes, que han desarrollado una capacidad de negociación
política y social.
La identidad de género es esencialmente autoatribuida,
al margen del cuerpo y de la orientación sexual. Es fluida, cambiante y puede
ser híbrida, adecuada a un sujeto “nómada” (…) Pero más allá de las teorías, a
menudo extremas, el efecto práctico de este terremoto conceptual es rápido y
notorio: el concepto de género entra en el Derecho, asume un peso cada vez
mayor, y ejerce una influencia significativa en la política.
Han triunfado, política y culturalmente, las dos
líneas de pensamiento que esencialmente niegan la realidad del cuerpo sexuado y
la centralidad de la maternidad para las mujeres. Para el emancipacionismo, el
modelo es el cuerpo masculino, “libre” de la procreación, del embarazo, del
parto, en una palabra de la maternidad. Para la ideología de género, el cuerpo
es esencialmente un objeto a disposición de cada uno. Todo se elige, y todo es
mutable y mutante: la idea de un cuerpo sexuado y la dualidad hombre/mujer es
vieja y superada.
La maternidad se vacía de significado, transferida al
laboratorio, modelada sobre una biología manipulada, comercializada,
profundamente desnaturalizada e incluso considerada superflua (es posible
proyectar tranquilamente un hijo sin una madre que lo críe). Como consecuencia
de estas manipulaciones, la identidad femenina viene literalmente hecha
pedazos, el cuerpo de la mujer es desmontado y vuelto a montar a placer, se
utilizan algunos elementos –los estrictamente necesarios–, y los demás son
eliminados.
Exaltación del derecho al hijo
(…) La procreación asistida nació, aparentemente, para
satisfacer el deseo irrefrenable de tener un hijo. La primera paradoja está en
la exaltación del derecho al niño en una sociedad que apenas tiene hijos y a la
que la continuidad generacional importa más bien poco. Ante la exigencia de
tener un bebé parece que cualquier racionalidad, cualquier criterio sobre si
una intervención médica es admisible o no, sale perdiendo.
La segunda paradoja es que mientras la filiación
natural (cuando el padre y la madre, mezclando sus gametos, dan vida a un niño
y le transmiten su patrimonio genético propio) es cuestionada, se da la máxima
importancia sentimental a la consanguinidad, es decir, al deseo de tener un niño
no adoptado. Antes que un niño nacido de otros, es mejor el hijo de la probeta,
un vientre de alquiler, y cualquier otra solución imaginativa. En definitiva,
parece como si volviéramos a la retórica de los instintos y sentimientos del
siglo XIX: el hijo “carne de mi carne” y “sangre de mi sangre”, aunque en
realidad solo lo sea parcialmente. El absoluto natural y el absoluto artificial
convergen, y se cae en el absurdo: la reducción de la maternidad a la pura
biología, eliminando el componente simbólico, sacro, cultural, religioso, que
es lo que hace que sea humana, permite reducirla tranquilamente a puro
artificio de laboratorio. Para ello se apunta a una equivalencia entre deseo y
derecho que, si se adoptara a gran escala, podría socavar cualquier pacto social.
Las utopías se han desplazado desde lo social a la
biología, pero la idea de fondo sigue siendo enderezar el fuste torcido de la
humanidad
El niño es cada vez más un bien de consumo, que si uno
quiere se puede encargar al banco de embriones, como los que ya existen en
EE.UU., o si no, a un mercado que cada vez gana más espacio y poder. El hijo ya
no supone una relación entre hombre y mujer, la concepción y el nacimiento, y
luego la creación de redes naturales de parentesco. Ahora se puede generar un hijo,
en el laboratorio o a través de las distintas ofertas del mercado, en perfecta
soledad, sea uno hombre o mujer, o incluso con combinaciones imaginativas, comothrouple,
neologismo que indica no ya un par (couple), sino una relación a tres. O
bien, puede hacerlo con el nuevo modo de co-parenting, lo que
significa tener un hijo y criarlo junto con otra persona, sin ser pareja, como
en una especie de divorcio preventivo, sin matrimonio ni cohabitación. (…)
La diferencia sexual
Hoy es evidente la negación de lo materno como eje de
la construcción de la familia y de las relaciones humanas fundamentales. La
palabra matrimonio tiene una raíz femenina, mater, porque la
maternidad es su corazón, el evento en torno al cual se estructuran las
relaciones de parentesco, y se forma la comunidad. La idea de que la familia es
solo la pareja, que cualquier relación afectiva entre dos personas crea la
familia, ha madurado porque la generación se está separando del cuerpo. El
nacimiento es ya algo desconectado de la maternidad, es decir, no solo del
cuerpo, sino de las relaciones espontáneas que siempre lo acompañaron.(…)
Persiguiendo el espejismo de la igualdad, y negando la extraordinaria potencia
de la maternidad, se niega la fuerza autónoma de las mujeres, su historia, su
diferencia. (…)
Guardianes de lo humano
Hoy en día, las mujeres se encuentran ante una
encrucijada. O seguir la tendencia dominante de la deconstrucción de lo materno
y de la diferencia sexual, lo que trae consigo el desmantelamiento de las
relaciones fuertes que constituyen el grupo humano y el empobrecimiento del
sentido y del carácter sagrado de la vida, o defender incansablemente la
diferencia, e intentar frenar la deriva antropológica de nuestras sociedades.
Se trata no solo de ser guardianas de la vida, sino de lo humano. (…)
Hoy el ser humano se puede construir en el
laboratorio, y se puede construir “mejor”; revive la ilusión de vencer al mal
en la tierra, ya no –como en el siglo pasado– a través de una programación
social, sino genética. La utopía de la perfectibilidad se ha desplazado desde el
terreno de lo social al terreno de la biología y la genética, pero la idea de
fondo sigue siendo enderezar el fuste torcido de la humanidad.
(…) Se construye una sociedad en la que la diversidad
es aparentemente (y sobre todo lingüísticamente) respetada, pero
sustancialmente rechazada, porque ya no está ligada a la idea de que la persona
es única. Esta tendencia se advierte también en la terminología utilizada en
los documentos y definiciones oficiales. Por ejemplo, constantemente se utiliza
el término “reproducción” para definir la procreación humana. Pero reproducción
quiere decir producir lo idéntico; se reproduce una pintura, una fotografía, o
se reproducen los animales. El hombre no se reproduce: el hombre procrea,
genera.
El conflicto semántico es típico de las guerras
culturales en curso. En la Unión Europea, hace años se asignó un notable
presupuesto para estudiar las transformaciones lingüísticas, y el resultado es
la desaparición de las llamadas palabras sexuadas de todas las resoluciones y
textos producidos por la UE. Palabras como madre, padre, mujer, hombre, son
ahora políticamente incorrectas, y son reemplazadas gradualmente con una
terminología gender neutral, es decir, no declinadas en masculino o
en femenino. Se dice cónyuge, progenitor, en lugar de familia se habla de
“proyecto parental”, y así sucesivamente.
Cambiar al hombre mediante la técnica
Pero ¿cómo podemos defendernos en esta extraña guerra
que tiene por objeto la modificación de lo humano y la tergiversación de la
experiencia? Comprendiendo en primer lugar que se trata de una batalla en
defensa de la creaturalidad, para el mantenimiento consciente de la condición
humana, del que es parte esencial la fragilidad, la imperfección y la unicidad.
No se trata solo de un proceso de deshumanización en el sentido moral o
cultural: en el horizonte está la deshumanización en el sentido técnico,
biológico.
Pensamos en las teorías del cyborg. El
“Manifiesto Cyborg” de Donna Haraway es de hace más de veinte años (se publicó
en 1991). El cyborg es un organismo cibernético, destinado a
llevar al desván definitivamente las identidades masculina y femenina. El
cuerpo cyborg puede ser alterado quirúrgicamente, con injertos
de animales, mecánicos, electrónicos, es un cuerpo híbrido que ya no tiene una
identidad definida, sino una identidad múltiple, flexible e indistinta,
producto del “bricolaje”. El cuerpo humano puede ser manipulado, eliminando las
fronteras tradicionales entre natural y artificial, hombre, máquina, animal,
convirtiéndose en un cuerpo decididamente posthumano. (…) Es la utopía del
futuro, que traslada al plano genético y tecnológico La Vieja
obsesión de cambiar al hombre, y de cambiarlo incluso en contra de su voluntad.
Con el siglo XX debería haber terminado la era de las
utopías totalitarias. Pero la ciencia, sustituyendo a las perdidas utopías del
siglo XX, renueva las ilusiones y espejismos de felicidad terrenal,
prometiendo, como ha escrito Enzensberger, “la victoria sobre todas las
carencias y sobre todas las dificultades de la especie, sobre la ignorancia, el
dolor y la muerte”. Evidentemente, eliminar totalmente, o subestimar la fuerza
de la utopía es peligroso, y sobre todo se demuestra poco realista. El problema
es si se puede imaginar una modalidad amable, no violenta, de pensamiento
utópico.
Realismo femenino
Las utopías de la perfectibilidad son violentas porque
presuponen la posibilidad de corregir, de una vez por todas, el defecto de
nacimiento que impide la perfección. La cultura femenina, en cambio, ha cuidado
siempre de la imperfección, del defecto, de la falta, cultivando prácticas de
relación sustancialmente respetuosas.
El dicho napolitano “cada escarabajo es bonito para su
mamá”; consagra una filosofía amorosa de la aceptación que no excluye
en absoluto la intención de educar y mejorar. Detrás de la paciente repetición
de los gestos del cuidado y limpieza del hogar hay una fuerza utópica
inexplorada, que ha sacado adelante y conservado el mundo.
El ama de casa rehace, todos los días, el mundo, su
mundo. Día tras día, pone orden, reconstruye su ambiente, crea lo nuevo con lo
que tiene, hace vivible el espacio que no lo era. En esta actividad las mujeres
vuelcan creatividad, energía, imaginación, y también una tensión interna hacia
una perfectibilidad precaria, inestable, destinada a romperse de inmediato,
para ser recreada continuamente. Es una utopía minimalista, cotidiana y
doméstica, detrás de la cual actúa una gran fuerza y una gran inteligencia
concreta. La utopía femenina no prefigura un mundo feliz de modelos abstractos,
sino que trata de crear las condiciones para que la felicidad y el bienestar
puedan nacer y desarrollarse; se mueve entre necesidades reales de las personas
reales en situaciones reales, dentro de un sistema de relaciones.
Cuidar de los niños, de la casa, la atención de las
personas a las que se ama, no significa hacer “el ama de casa” (un término que
siempre se utiliza con un desprecio no disimulado), mucho menos una “desperated housewife“.
Cada mujer, incluso cuando desempeña un papel público, o se compromete en un
trabajo fuera del hogar, con una vocación o una ambición que debe mantener,
conserva el amor por este espacio privado, que, sin embargo, tiene un valor
universal. ¿Qué pasaría si la utopía minimalista y no violenta de las mujeres
fuera derrotada, la competencia materna aniquilada, y realmente construyéramos
un futuro deshumanizado?
La fuerza de las mujeres de hoy puede expresarse en la resistencia del
sentido común contra el lugar común, en la confianza en la propia experiencia,
en la capacidad para defender la humanidad propia y ajena, alimentando la
esperanza.
Notas
(1) “Los cambios mundiales y el
papel femenino”. Sesto Rapporto sulla Dottrina sociale della Chiesa
nel mondo. La rivoluzione della donna, la donna nella rivoluzione.
Giampaolo Crepaldi y Stefano Fontana (ed.). Edizioni Cantagalli. Siena (2014)
302 páginas.
La evolución de una feminista
La escritora y política italiana Eugenia Roccella –diputada en el
Parlamento y vicepresidenta de la Comisión de Asuntos Sociales– es hija de
uno de los fundadores del Partido Radical y de una pintora y feminista. A los
18 años entra en el Movimiento de liberación de la mujer. Toma parte en
muchas batallas feministas: a favor del aborto, contra la violencia de género,
por la igualdad de oportunidades y la modificación del derecho de familia.
En la década de los ochenta abandona el Partido Radical –al que acusa de
promover reivindicaciones “que están destruyendo al individuo”– y la política
activa, a la que luego volvería, para dedicarse a su familia.
En su perfil biográfico afirma
que, “manteniendo buena parte de su bagaje cultural” y la convicción de la
centralidad de lo materno y del cuerpo en la identidad femenina, atraviesa un
profundo cambio. Fruto del mismo es su libro Dopo il femminismo (2001).
Más tarde publica Contra el cristianismo: la ONU y la Unión Europea
como nueva ideología (Ediciones Cristiandad, 2008), Italiane.
Dizionario biografico delle donne italiane dall’Unità ad oggi, y La favola
dell’aborto facile. Miti e realtà della pillola RU 486.
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