JUNTAS HASTA EL FINAL

"La vida de una enfermera no es nada fácil; en nuestro día a día vemos situaciones delicadas, cómo se forman familias o se destruyen, cómo nace gente o se marchar para siempre... vemos la vida pasar y nunca pensamos que quizá algún día nos pueda tocar a nosotros... hasta que nos toca..." 

Así comienza el relato que os dejamos a continuación. Es la historia de una enfermera joven, dedicada en cuerpo y alma a su trabajo, y que cuida con cariño y mucho amor a los enfermos del hospital en el que trabaja, intentando hacerles su estancia en el hospital más agradable y amena, y ayudando a sus familiares a sobrellevar la enfermedad de sus seres queridos, día tras día. Hasta que un día dejó ser enfermera para ser, ante todo hija.



"La vida de una enfermera no es nada fácil; en nuestro día a día vemos situaciones delicadas, cómo se forman familias o se destruyen, cómo nace gente o se marchar para siempre... vemos la vida pasar y nunca pensamos que quizá algún día nos pueda tocar a nosotros... hasta que nos toca...

En septiembre de 2012, mi madre con 47 años de edad y toda la vida por delante, fue diagnosticada de un Glioblastoma Multiforme, con esperanza de vida de 6 a 12 meses.

Desde ese momento te cambia la vida, sientes que vives en una cuenta atrás, comienzas a investigar y a estudiar acerca de la especialidad que te ha puesto la vida "boca abajo". Conoces casos de pacientes con similar patología, intentando ver un rayo de luz, ver que aún hay vida en ellos, pero pronto te das cuenta de la cruda realidad: la predicciones de los especialistas se cumplen, los pacientes no superan la esperanza de vida que el neurocirujano les da el primer día. Es en ese momento en el que vuelves a la realidad, y te das cuenta que, lejos de ser un mal sueño, todo esto es verdad, y está sucediendo sin remedio.

Los médicos te dicen que hay que confirmar el diagnóstico y comenzar lo antes posible con un tratamiento, que lejos de curar, sólo aliviará los pocos meses de vida que nos quedan; es decir, ¡Tenemos que luchar por los meses que nos quedan juntas! En ese momento, te dejas llevar, comienza una carrera de obstáculos: TAC, Resonancias, Biopsias... y por fin, la medicación.

Durante la espera de los resultados de las pruebas, aún tienes la esperanza de que el médico se haya equivocado, "quizá se han equivocado, y esto no es así, vamos a esperar..." Pero llegan los resultados y todo se confirma. "No puede ser, esto no está pasando de verdad, ¿mi madre va ha morir en unos meses? ¡No puede ser!" Es en este momento, cuando aflora el sentimiento humano y desaparece la figura profesional, aparece el amor de hija y desaparece la enfermera que llevo dentro. Entonces pensé, "quiero llevar a mi madre a casa, cuidarla con todo el amor, me niego a ponerle cualquier tratamiento que le genere dolor, no quiero, que los últimos meses de mi madre estén llenos de sufrimiento. ¡Me niego!" Aun así, no puedo dejar de apartado mi lado mi pasión, la enfermería, y es por ello que me pregunto, "¿es posible que con los tratamientos, la vida de mi madre se alargue un poco más tiempo?; ¿qué hago?." Ella es joven, conocedora de su patología, y decide luchar, no hay más que hablar, ¡A luchar sea dicho!

Desde ese momento transformo mi vida, quiero vivir el día a día junto a ella, disfrutar con ella más que nunca, cada minuto, romper todos lo obstáculos que esta nueva situación nos plantee. Lo tenía muy claro, "estaremos juntas hasta el final".

El camino continúa, pasamos a una nueva especialidad, la tan temida por todos, la Oncología. A pesar de negarme a pisar esa planta, doy gracias a Dios por haber llegado hasta allí. Conocí a una mujer extraordinaria y una magnífica doctora, que con mucho tesón dio vida a mi madre sus últimos meses, y que con sólo una mirada y una dulce sonrisa, apaciguaba mi tranquilidad.

Empezamos un duro tratamiento con radioterapia, acompañada de quimioterapia oral, siempre de la mano de los entrañables corticoides. Los meses pasaban, y mi madre se deterioraba; al principio perdió fuerza en una pierna, luego fue el brazo, comenzó a caminar sola un poquito peor, luego llegó el andador y más tarde, la silla de ruedas. Ves cómo se le empieza a escapar la vida de las manos, sin poder hacer nada por salvarla...

En todo momento, yo era la responsable de la mediación y los cambios de la misma, de las extracciones en casa para evitar ir al hospital, de paliar efectos secundarios de la medicación quimioterápica. Todo mi afán era evitarle el dolor, y hacía todo lo que estaba en mi mano para que no tuviera que ir al centro de salud, o al hospital. Sabía que lo que ella estaba pasando no era justo.

Los meses iban pasando, el tiempo avanzaba, y lamentablemente los tratamientos dejaban de hacer su efecto: volver a cambiar tratamiento, volver a paliar síntomas, volver a comenzar de nuevo... pero lo importante, es que seguíamos luchando. Pensaba: "esto es una carrera de fondo." Tantas veces repetía esta frase, que acabó convirtiéndose en parte de nuestras vidas, casi desde el primer momento en que llegamos a la consulta de nuestra inseparable y querida doctora. Ha llegado la hora de programar tu vida con pequeños, pequeñitos objetivos para que sea más fácil alcanzarlos. Dejas de pensar en qué hacer dentro de meses, porque no sabes dónde puedes estar mañana. Sin embargo, y guiada por el mayor deseo que quería compartir con mi madre, decidimos organizar mi boda. Iba a ser una boda muy especial, iba a ser diferente a todas las bodas, mas no podía recrearme en grandiosos preparativos, pues su tiempo se iba agotando y no me permitía, pero algo dentro de mí me animaba a seguir adelante y a arriesgar. A pesar de todas las pequeñas complicaciones y empeoramientos, siembre llegaban las remontadas y disfrutábamos juntas de los preparativos. Poco a poco se acercaba el día, y por fin llegó ¡Mi felicidad era extrema! El objetivo más intenso, el más importante de mi vida, había llegado y lo habíamos alcanzado juntas. Allí estaba yo, feliz. Y allí estaba ella, muy feliz, superfeliz ¡como una auténtica campeona!, apenas podía mover la mitad de su cuerpo, sentada en su silla de ruedas, con muchas más pequeñas limitaciones, pero ninguna le quitó la sonrisa de la cara. Disfrutó de aquel día, un día que jamás olvidaré, un día en la que su sonrisa brillaba con luz propia. Se lo merecía, me lo merecía, nos lo merecíamos.

Pero el tiempo no perdona, y la enfermedad avanzaba. Las cosas se iban complicando, empezó a tener dificultades para tragar, continuó con una poquita dificultad para hablar, comenzó a perder fuerza, desorientación, etc. En definitiva, comenzaron las manifestaciones neurológicas que van indicando que el tiempo se agota. Llegó un momento en el que hubo que decir basta a la lucha. Había que pensar en darle confort, buena calidad ante la muerte, tranquilidad, descanso, paz. Y así lo hice. Solicité derivación por parte de Oncología a Cuidados Paliativos, y decidí que mi madre debía estar en casa, como ella quería, morir en su hogar, rodeada de sus seres queridos.

Hablé con Cuidados Paliativos, nos coordinamos con el equipo sanitario de su centro de salud. nos preparamos para que todo fuera bien y se pudiera controlar la situación conforme fuera avanzando. Y así fue. Tras la aparición de la sintomatología característica de los enfermos terminales, a mi madre se le realizó una sedación; me encargaba de administrarle la medicación en casa, hasta que llegó el final de sus días. La faceta de enfermera y de hija de fundieron en una sola figura por una buena causa: dar tranquilidad y paz a mi madre, evitántole en todo momento el dolor y la agonía.

Hace unas semanas, cogida de mi mano dejó de luchar. Se acabaron sus días. Mi madre me dió la vida y yo le ayudé a que perdiera la suya sin dolor, y rodeada de amor. Todo acabó en un dulce sueño del que ya no podrá despertar. Ya sólo me queda su recuerdo, y recuerdo de todo lo que luchamos juntas. 

Ha sido la etapa más dura de mi vida. Me ha marcado como hija, pero sobretodo me ha enseñado a ser mejor enfermera. Nunca más volveré a ejercer la enfermería de igual modo a como lo hacía antes de la muerte de mi madre. Me ha hecho mejor persona, mejor profesional y mejor hija. He aprendido a sonreír en los momentos duros, a disfrutar de los pequeños detalles. Como enfermera no sólo veo un paciente, veo una persona que es madre o padre, o hija, o hermano, y que además tiene una familia que también es paciente, aunque de otro modo; que son sus vidas las que están en nuestras manos. He aprendido, que a veces, la mejor medicación es un sonrisa, una palabra que alivie el corazón, un abrazo que reconforte el alma; que la quimioterapia sola no cura enfermedades, que hace un mayor efecto cuando, con un simple gesto, el paciente no está sólo, que en esos momentos, cogerle su mano, le hace mucho más, que toda la medicación que le podamos dar. Que una mirada es lo que te hace seguir adelante. Porque luchar por vivir no podemos hacerlo solos. Además, también he aprendido, que con nuestro trabajo bien hecho, damos dignidad a los pacientes.


Nunca debemos dejar de sonreír, por muy duro que sea el momento que vivimos. Debemos disfrutar de aquello que tenemos, de la gente que nos rodea. Centremos nuestra vida en los pequeños detalles, esos que a veces no son más que un bonito gesto. Y hagamos esto todos los días, porque hoy estamos aquí, y mañana no sabemos qué nos puede pasar."


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