EL ABORTO DESAPARECERÁ
Agradecemos al profesor Emilio García Sánchez el "préstamo" de su artículo publicado en Las Provincias el jueves, 06 de febrero de 2014
El aborto desaparecerá
Emilio
García Sánchez
Profesor de Bioética en Ciencias de la
Salud.
Grupo de Investigación en Bioética
Universidad CEU Cardenal Herrera
En pleno avance del siglo XXI y a la vista del pasado,
sostengo que la humanidad, en su mayoría, se opone a la violencia contra la
vida humana. Resulta difícil encontrar gente que tenga por principio vital
atacar a los demás. Aunque queda mucho por hacer, se han dado pasos históricos
en la defensa de la dignidad y en el reconocimiento de los derechos humanos.
Negarlo sería quedar inmovilizado en un comportamiento civil pesimista y
desmotivante. Prefiero apuntarme al carro de los que se ilusionan en confiar en
la humanidad, en la bondad de muchos que están ahogando el mal con abundancia y
difusión del bien, aunque el ritmo sea más lento del esperado. Existe el mal
pero no el mal absoluto, utopía que nos conduciría a la desaparición.
Hemos abolido la esclavitud mantenida durante siglos. Condenamos
la aberración de la tortura y la discriminación racista, la violencia doméstica
y los abusos sexuales, los fanatismos terroristas y los crímenes de guerra.
Todas ellas, conductas violentas masivamente rechazadas por la sociedad. Hemos
alcanzado acuerdos internacionales que respetan la vida de los discapacitados y
promueven su inclusión social. Promovemos campañas para ayudar a los
damnificados por terremotos (Filipinas). Recaudamos por ONG’s, alimentos, ropa,
medicinas, y dinero para reducir la injusticia de la pobreza en el mundo.
Apoyamos iniciativas para acabar con el tráfico de drogas, de personas y de
armas. Difundimos campañas para reducir los accidentes de tráfico. Mediante
negociaciones pacíficas hemos resuelto algunos conflictos bélicos y frenado
otros innecesarios (Siria), que hubieran provocado miles de muertos y daños a
la naturaleza.
La humanidad entera reconoce sin fisuras un único
precepto moral irrenunciable: el de la no violencia. El mundo se pone en pie
contra el que viola la vida, atropella la dignidad y anula los derechos de las
personas. Sabe que la violencia es su fracaso más estrepitoso, su abismo. Y que
el amor a la vida configura, como ningún otro, la fuerza efectiva que ha
mantenido cohesionado el mundo a pesar de las grietas del odio. Porque lo que mueve
el mundo y acaba triunfando es la benevolencia, querer el bien del semejante y no
su mal. A lo largo del tiempo, se ha constatado una cualidad moral innata en el
Homo sapiens, una herencia de la
humanidad, una experiencia universal que recorre la historia: el reconocimiento
del carácter inviolable de la vida humana, y su respeto incondicional. El ser
humano aprende de modo instintivo que la vida es un don y no un castigo, una
bendición y no una amenaza. Contempla su existencia corporal como el mayor bien,
su bien más básico. Y ni el vivir lo registra como una imposición, ni la vida como
un daño o un fallo biológico. La supervivencia individual del hombre y la de su
familia ha latido siempre en el fondo de su ser como el más intenso de sus instintos
animales. Por eso ha peleado insistentemente por su mantenimiento y no por su
aniquilación, protegiendo la vida y defendiéndola del peligro a desaparecer. De
siempre, recorriendo todas las culturas, la vida ha constituido un
acontecimiento celebrativo y no una tragedia. Ha sido un hecho sublime, causa
de alborozo y no un suceso vulgar o una noticia lamentable. Por eso, la muerte
de un ser querido es el dolor más punzante de los dolores. Y la infecundidad, la
mayor frustración de aquellos que se aman y no pueden perpetuar su amor en un
descendiente.
Estamos ante una evidencia primigenia que existe en el
ser humano: la vida es buena y deseada, es el primero de los bienes físicos protegibles,
aunque no sea el único. Refleja una intuición humana, simple y pura de la
verdad. El hombre alberga en su conciencia el principio elemental de que debe
respetar al otro y no matarlo, y sobre él construye la convivencia. Porque el
hombre estrictamente lo que quiere es vivir y dar la vida, no morir.
Ahora, a la humanidad de este siglo XXI, le queda
pendiente su mayor reto histórico en favor de esa proclamada no violencia:
abolir el aborto. Representa su apuesta moral más relevante para los próximos
años: lograr que bajo el amparo del respeto se cubra a todas las vidas sin
excepción y durante toda su existencia.
No es difícil entender que la universalidad del respeto por
la vida, reivindicado y logrado para muchos, debe alcanzar igualmente a las
vidas humanas concebidas. Porque ese respeto y sus consecuentes derechos, se
fundamentan exactamente en lo mismo en todas las vidas. Consiste en el
principio de dignidad que se aplica idénticamente a cualquier individuo de la
especie humana. No tendría sentido reclamar para unos el derecho a la vida y su
protección, y negárselo a otros en determinados supuestos. Es ontológicamente
contradictorio dado que estamos frente a las mismas vidas en unos casos y en
otros: vidas iguales, vidas inocentes y dignas. Resulta una esquizofrenia moral
reprobar éticamente, y condenar la violencia de la tortura, la pena de muerte,
y el abuso de menores y silenciar el juicio o aceptar la muerte directa de
humanos concebidos en crecimiento. Hemos de resolver este extraño cortocircuito
ético que apela simultáneamente a la afirmación de la dignidad y a su anulación.
Porque estamos siempre ante la misma categoría de seres humanos, individuos con
identidad propia como no cesa de demostrar la embriología y la genética modernas.
Si una amplia mayoría social ya se
moviliza de maravilla y pacíficamente ante la violencia ¿Qué se ha roto
interiormente en algunos miembros de nuestra gran familia cuando ante el
concebido directamente abortado no reconocen un acto igualmente de violencia?
¿Qué pensamiento prevalece en una decisión y mentalidad abortista que va contra natura, contra esa natural
inclinación hacia el respeto a la vida que la humanidad ha experimentado como
la primera de sus inclinaciones?
Estoy convencido de que la humanidad
seguirá encontrando ese sano instinto moral en el corazón de sus hombres, y acabará
oponiéndose a la violencia en todas sus manifestaciones. De la mano de la mujer
embarazada, a su lado, acompañándola y ayudándola, construiremos cada vez más
decisiones a favor de la vida. En poco tiempo, el mundo se convencerá – muchos
países ya lo están - de que la garantía definitiva de su supervivencia y
desarrollo comienza por respetar sin excepciones la vida engendrada. Entonces el
aborto desaparecerá.
Comentarios
Publicar un comentario